Hablemos de una historia de CIENTEC. O más bien, de una historia donde CIENTEC puede ser un personaje y las matemáticas son el tema transversal. En realidad es una historia donde además aparecen muchos ticos —como es de esperarse si CIENTEC es una fundación que está en Costa Rica. Entonces, tenemos a una comunidad de ticos provenientes de varias instituciones educativas que en común tienen a las matemáticas y a CIENTEC o, más bien, una comunidad de académicos que CIENTEC aglutina y fortalece en torno a las matemáticas. Pero nuestra historia también incluye a una mexicana que no es matemática pero que trabaja con ellas; una mexicana que hoy día ya no solo es mexicana sino que además es una tica honoraria que divulga matemáticas y habla de sí en tercera persona. En resumen, aquí vamos a contar la historia de cómo esa mexicana fue nombrada tica honoraria y de cómo todo ese cuento no hubiera sido posible sin CIENTEC.
Al inicio de esta historia tenemos tres presentaciones. La tercera fue la vencida porque a partir de ella se dio por fin una larga conversación sobre los proyectos, sus alcances en divulgación de las matemáticas y algunos sueños. Era 2015 —hace no tanto, aunque ha pasado muchísimo desde entonces— y durante la cena de fin de año de la SOMEDICyT (Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica), CIENTEC venía llegando de la ciudad de Guadalajara, más bien era Alejandra León —el corazón de CIENTEC— quien llegaba de la Feria del libro de presentar “Las matemáticas de lo cotidiano: historias, conexiones y curiosidades”. Y del interés por las matemáticas, los festivales y dicho libro, aquel día comenzó una amistad y un intercambio de saberes que no termina todavía entre la tica y la mexicana, entre CIENTEC y la comunidad que la propia fundación ha integrado.
Después tenemos otra instantánea de esta historia en que la mexicana se asoma a la ventanilla de un avión y descubre los miles de tonos de verde que se meten en los ojos y quedan fijos en la memoria y el corazón. Y así, cada vez que piensa en Costa Rica, inevitablemente evoca esos tonos de verde y a CIENTEC, porque fue justo por invitación de la fundación que aquella ocasión participó en el X Festival Internacional de Matemática en Limón. En esos días caribeños de rice and beans, de Cahuita, de las historias sobre el terremoto y de muchos perezosos, es que la mexicana conoce a la comunidad de CIENTEC: todos esos ticos maravillosos provenientes de varias instituciones —ellos saben quiénes son— con los que disfrutará de muchas aventuras posteriores. En esos días, otros personajes entrañables estaban también de visita: otra mexicana que realizaría una cirugía a la orilla del mar, un español que todas las mañanas salía a correr y un gringo nadador —también ellos saben quiénes son. Y así, entre las olas y sesiones de contemplar las estrellas, la comunidad de comunicación de la matemática va creciendo y se van estableciendo lazos entre los distintos integrantes, sean ticos o extranjeros, que favorecen el trabajo en diversos temas de divulgación de matemáticas. Y gracias a muchas cosas pero, sobre todo, gracias a CIENTEC, dichos nexos perduran, se fortalecen y se estrechan. Gracias a ello, la comunidad de divulgadores se enriquece y este efecto es benéfico para las sociedades, porque en el largo plazo existen más y mejores productos de comunicación de las matemáticas que fomentan, entre otras cosas, la cultura científica y el gusto por las mates.
Ahora tenemos a la comunidad que sigue creciendo y también hay mucho interés en profesionalizarse y voluntad para realizar un proyecto juntos. Surge una oportunidad de que los ticos asistan a un taller en México y, por dicha, coincide con una visita del inglés —que no es inglés pero esa es otra historia que hoy no vamos a contar. Así, a partir de uno de los fines de semana más fríos de 2016, la comunidad se reúne en un bosque —el de Chapultepec— y en un pedregal —el de Ciudad Universitaria—, donde aprenden sobre evaluación de impacto y ferias de ciencias y trabajan juntos durante dos semanas. Y como en toda comunidad, hacen de nuevo planes, muchos, para seguir adelante y construir y avanzar; ¡todo sea por las matemáticas!
Llegamos a junio de 2017 y estamos en San Carlos. Ya la mexicana ha ido y ha venido trabajando de aquí para allá por distintos lugares en Costa Rica y, como ocurre con las plantaciones de café, ya se han sembrado muchas semillas de amistad y se ha trabajado en diversas direcciones. Y entre las pocas vistas del Arenal que las nubes permiten en esos días, el paraíso de las termales, el delicioso picadillo de papaya verde y la revisión y mejora de algunas herramientas de evaluación para distintos proyectos, justo ese día, la comunidad nombra ‘tica’ a la mexicana, que se queda muy contenta y orgullosa. Después toman café y galleticas para celebrar.
La historia sigue hasta hoy y podemos hablar del chocolate y la poesía tica, de las idas al cine y el contemplar al Irazú por las mañanas, de muchas comidas y cenas, de otras visitas a San José y a San Carlos y de cómo la mexicana decide hacer honor al título de tica y va poco a poco aprendiendo a usar el ¡Pura vida!, conociendo lugares y reconociendo calles. ¡Ya no se pierde! En paralelo, la comunidad sigue creciendo, aprendiendo, desarrollando proyectos, realizando esfuerzos conjuntos y fortaleciéndose. Porque esa es la riqueza de una comunidad que tiene un sueño compartido de comunicación de las ciencias: aportar una visión distinta de las matemáticas con la que las personas se enamoren y se apropien de ellas. Así, con la popularización de las matemáticas, nuestras sociedades puedan ser todavía mejores. ¡Qué honor y qué orgullo formar parte de esa comunidad y muchas, muchísimas gracias por estos años a tu lado, CIENTEC!