Creado:
31 de Mayo del 2018
Última actualización:
01 de Junio del 2018

Supe por CIENTEC que había un conejo en la Luna, presencié gracias a la fundación mi primera lluvia de meteoros, un eclipse anular de sol y en Palo Verde me dejé maravillar por la noche profunda que ofrecía constelaciones, planetas, cúmulos, nebulosas...Se dice fácil, pero pasaron años entre unas experiencias y otras. Eso sí, todas dan cuenta de una relación larga y de aprendizaje, piedras angulares de CIENTEC durante estas tres décadas que lleva acercándonos al saber.

Lo hace con una facilidad admirable y asombrosa, como si fuera sencillo, y a menudo con lo que provee la cotidianidad: botellas para hablar del sol cenital, un cartón huequeado para ver eclipses sin riesgo, un molinito de papel sobre una taza de agua caliente para entender las corrientes termales.

CIENTEC aterriza la ciencia y la tecnología. Las pone a nuestro alcance no solo para responder preguntas, sino también para invitarnos a hacer otras nuevas. Aprender así es una delicia.

Las estrellas “caen” del cielo
En 1999 era yo redactor del diario Al Día, adonde llegó Alejandra León una tarde con un proyecto entre manos. Consistía en publicaciones para poner a los lectores en contacto con la Astronomía a partir de la imagen del conejo lunar. Empezamos el trabajo, periódico y fundación unidos, con el público como objetivo.

Ese fue el comienzo de mis lazos con CIENTEC, que continúan tan firmes como al inicio y me pusieron una noche, como adelanté, frente a mi primera lluvia de meteoros.

Poco después del episodio del conejo CIENTEC organizó una gira de observación y me uní a ella con gusto. Todos esperábamos un gran espectáculo, pero las nubes no dejaban ser muy optimistas. A pesar de eso nos tendimos en un llanito y todavía los cielos seguían rejegos.

Pero en la madrugada se abrió entre la nublazón una ventana por la cual cruzaban las luces dejadas atrás por un cometa. Fue maravilloso.

A pesar del logro, el fotógrafo que me acompañaba estaba preocupado. No sabía si había capturado alguna de las estelas y para averiguarlo debíamos esperar porque, aunque existía ya la fotografía digital, él andaba una cámara de rollo.

El revelado –redundancia incluida– resultó revelador. Únicamente sirvió una de las fotos y en ella se veía una raya luminosa solitaria cruzando el cielo. Y fue esa imagen la que ilustró la nota que firmé.

Anillo de fuego sobre el mar
Formo parte de los privilegiados que presenciaron el eclipse total de sol del 11 de julio de 1991. Por eso en el 2001 recibí con curiosidad y alegría la noticia de que el 14 de diciembre habría uno anular que podríamos apreciar en Costa Rica.

Reviso la información que entonces nos facilitó CIENTEC y los recuerdos se refrescan…

Aquel 14 de diciembre era viernes y el punto máximo del eclipse sería a las 4:32 de la tarde, momento en el cual el fenómeno estaría frente a playa Azul, al norte de San Juanillo, en la península de Nicoya. Y hasta ese punto llegamos, convocados por CIENTEC, expertos de la NASA, curiosos y periodistas (que somos curiosos con salario).

Nos reunimos en la terraza de un hotel con vista al Pacífico inmenso, conscientes de que, como tantos años atrás en Caldera, las condiciones del tiempo tampoco estarían de nuestra parte.
Llovía y estaba nublado cuando empezó el eclipse, poco después de las tres de la tarde. Teníamos, por decirlo así, el optimismo también eclipsado… Hasta que las nubes se apartaron y pudimos ver al sol convertido en un espectacular anillo de fuego.

El cazador de eclipses Olivier Steigger, quien estuvo entonces con nosotros, me confió aquella tarde una verdad: “tras el eclipse ocurre un bajonazo y hay quienes experimentan algún tipo de depresión posterior".

Yo no llegué a tanto y centré mis esperanzas y esfuerzos en estar vivo en el 2233, cuando los habitantes de Costa Rica podamos ver de nuevo un eclipse total de sol.


A la “caza” del galán con ventura
La historia del jabirú corresponde a una gira, ya no como reportero sino como curioso, que armó CIENTEC al parque nacional Palo Verde en febrero del 2017.

La visita tenía un doble propósito: observar aves y observar el cielo. El objetivo mayor en el primer caso era tratar de ver al jabirú, pero además buscaríamos la forma de “cazar” planetas,  constelaciones, cúmulos, galaxias.

La noche fue bondadosa con el grupo. El cielo despejado y sin luna del verano puso frente a nosotros la inmensidad sobrecogedora de la Vía Láctea.

Qué pequeño se siente uno en medio de tanta oscuridad, con Orión encima, y escuchando que en la gran nebulosa del cazador mitológico se están formando estrellas, que llevan miles de años en el proceso y que tardarán otros tantos antes de estar, digamos, terminadas.

Mientras mirábamos hacia arriba tendidos en el pasto de lo que fue una pista de aterrizaje oí pasos pequeños en las hojas secas. Tomé un foco y fui a ver de dónde venían. Sospeché que se trataba de un alcaraván, cuya presencia fue constante en los caminos del parque. Pero no era un alcaraván sino un conejo de monte, quizás pariente lejano de aquel que nos ve desde la Luna.

El foco con el cual lo descubrí lo usamos luego para dibujar con luz, como niños grandes, cobijados por la oscuridad y frente a una cámara fotográfica. El experimento resultó espectacular: Palo Verde escrito en el aire con letras blancas, azuladas y rojizas.

Con el jabirú no tuvimos suerte. Fue imposible verlo por más que recorrimos, por tierra y por agua, la calurosa extensión del parque.

Solo al final del viaje, cuando alistábamos todo para el regreso, pasó sobre nosotros, alta en el cielo, planeando, un ave grande cuyo plumaje nos llevó a pensar que, sí, se trataba del esquivo jabirú, colocado por responsabilidad humana en la desventura del peligro de extinción.





Ovidio Muñoz

Periodista/Grupo Nación
San José, Costa Rica

Vínculo con CIENTEC: inicialmente cubriéndola como fuente, ahora de amigo.
Destaca a CIENTEC: por la facilidad con la que nos permite aprender.
Área favorita de CIENTEC: la astronómica.